El Frontón/1986

El presente proyecto se propone convertir en novela gráfica el guion El infierno es una isla, el cual relata en boca de dos de sus sobrevivientes reales los hechos que llevaron a que el develamiento del motín de los internos de Sendero Luminoso del Pabellón Azul de la isla penal de El Frontón se convirtiera el 19 de junio de 1986 en la mayor masacre perpetrada en todo el conflicto armado interno en el Perú (1980-2000). Además, aspira a registrar el proceso de creación artística de la novela y a compartirlo en tiempo real con sus potenciales lectores a través de Instagram. El infierno es una isla ha sido el producto de una minuciosa investigación de todas las etapas de la accidentada historia del caso El Frontón basada en archivos periodísticos, documentos del Congreso de la República, carpetas judiciales, la investigación de la CVR, declaraciones de uniformados y civiles investigados, y lo que es crucial para el guion, los testimonios obtenidos de los sobrevivientes Jesús Manuel Mejía Huerta, ex senderista, y de Carlos Eduardo Castillo Vega, ex infante de marina, además del de su abogado y del ex fiscal de turno de El Callao el 18 de junio de 1986, el día que estalló el motín. Las vidas del infante de marina y del senderista se encuentran y entrecruzan en la isla El Frontón el 19 de junio de 1986 para volverse enemigos a muerte. Ambos son testigos y protagonistas ̶̶ -aunque muy disímiles ̶̶ - de la masacre ocurrida en el Pabellón Azul ese día, y luego, sus sobrevivientes. Probablemente, se trata de cerca de 200 muertos en unas cuantas horas de pesadilla a manos de la infantería de marina. En medio de esa vorágine sangrienta ocurren dos sucesos tan extraños como ominosos: el marino reconoce a Armando Tulich, su gran amigo de la infancia justo antes de que este fuera fusilado ante sus ojos por los infantes, mientras el senderista sobrevive a su fusilamiento a pesar de haber recibido doce impactos de bala; además de permanecer tres días delirando sobre una pila de muertos y moribundos sin saberse él mismo vivo o muerto debajo de esa tumba gigante en que se ha convertido el pabellón. Cada uno es presa de su propio shock. Vueltos a la conciencia, soldado y senderista se encuentran. Uno para emerger entre los muertos como un aparecido ante sus sorprendidos guardias; el otro, para interceder por su enemigo ante sus superiores y salvarle la vida. A pesar de acumular una larga peripecia en los tribunales peruanos, sobre la masacre pende el riesgo del archivamiento y la impunidad para sus perpetradores. Primero fue la captura del caso por la justicia militar, que absolvió a los ejecutores materiales durante el primer gobierno de Alan García. Sobrevino la comisión Ames en el Legislativo, la cual por vez primera apuntó a los principales responsables políticos de la masacre, el entonces presidente García y su ministro del Interior Agustín Mantilla. Según el grado de influencia política de García y sus aliados en el sistema de justicia, el proceso ha estado más o menos cerca de su archivamiento definitivo. Desde 1987, se interpuso contra esa pretensión la demanda de los deudos de dos desaparecidos ante la CIDH y luego ante la Corte Interamericana de Derechos H, la cual declaró al Estado peruano responsable de dichas desapariciones y le ordenó buscar a los responsables de los hechos. A pesar de ello, dos sucesivos fallos del TC (en 2013 y 2022) han abierto el camino de la prescripción de los delitos por la vía de desconocer que se traten de delitos de lesa humanidad. A pesar de su importancia, la masacre de El Frontón no ha sido suficientemente retratada por el arte peruano. Hoy que soplan vientos de olvido e incluso negacionismo sobre los delitos contra los derechos humanos y de violencia entre quienes disienten, este proyecto pretende ir a contracorriente premunido de la fidelidad a los hechos y del recurso a la humanidad entre enemigos como su propuesta irrenunciable por la construcción de la memoria de lo que pasó y nos separa.