Las primeras mujeres universitarias de la historia tuvieron que solicitar autorización del gobierno para estudiar. Aunque hoy esta condición no se cumple, siguen existiendo importantes barreras que impiden que la mayoría de mujeres accedan a la educación superior e, incluso, participen de la actividad académica. Consuelo Flecha, doctora en Ciencias de la Educación por la Universidad Complutense de Madrid, España, visitó la PUCP para compartir una mirada histórica y global al respecto.
El acceso a la educación superior de las mujeres de clase media ha mejorado respecto a la década de los sesenta y setenta, pero ¿cuál es la situación de la mayoría de mujeres?
La mayor parte de las mujeres en el mundo no solo no pueden acceder a la educación superior, sino que no acceden siquiera a la educación primaria. Las mujeres que estamos en la educación formal y que somos capaces de llegar hasta la educación superior, porque las circunstancias nos lo permiten, somos una minoría en el mundo respecto a la población femenina. Todavía para las mujeres y, también para muchos hombres, es un privilegio llegar a la educación superior porque eso exige unas condiciones de vida de los que no disponen muchos grupos de mujeres. En muchos países de todos los continentes hay problemas para que las mujeres puedan decidir con libertad si van o no van a la educación superior.
¿Qué factores influyen en que las mujeres no puedan acceder a la educación superior?
En la mayoría de países donde la legislación permite a las mujeres acceder a la educación, los factores son fundamentalmente socio-económicos, que seguramente en algunos grupos minoritarios dentro de estos países también se unen a factores de mentalidad o de concepto sobre la mujer. Es decir, seguramente hay grupos sociales que consideran que para las mujeres es menos útil o menos conveniente estudiar una carrera universitaria porque consideran que lo que les espera en la vida no necesita ese tipo de educación. Las restricciones están relacionadas a sus condiciones socio económicas o a la mentalidad de sus familias.
Entonces, el hecho de que ahora las mujeres puedan decidir libremente entrar a la universidad, no es un factor determinante para su acceso a la educación superior.
Las primeras mujeres que entraron a las universidades encontraron que los gobiernos, el presidente o el rey les tenían que autorizar la matrícula en la universidad porque eran mujeres. Ellas tuvieron que entrar aceptando una serie de condiciones porque entraban en un espacio que se decía masculino. Hoy, eso ya no sucede, no es necesario pedir un permiso para estudiar. Sin embargo, primero hay que tener la oportunidad y la posibilidad de hacer la educación primaria, después la secundaria, y además que tu familia o que tu entorno no necesite de ti para otras tareas.
Las primeras mujeres que ingresaron a la universidad, ¿originaron cambios en el proyecto formativo con su presencia?
Para ellas supuso adquirir un saber que les permitiría entrar en el ejercicio de unas profesiones que necesitaban una formación cualificada. ¿Qué cambió dentro de la universidad en cuánto al proyecto formativo? Nada. Esas mujeres entraron en un proyecto formativo pensado y dirigido a hombres, al que ellas, si querían, se sumaban. La universidad no se planteó cambiar nada. Y hoy todavía, quienes estamos en la universidad, bien como alumnas, bien como profesoras, nos damos cuenta que lo que se nos transmite y lo que transmitimos son conocimientos donde el hombre es el centro. Las mujeres, como queremos estar aquí, tenemos que asumir un proyecto formativo pensado para hombres.
¿Cómo son representadas las mujeres en la educación formal? ¿Qué se enseña sobre ellas? ¿O no se enseña nada?
Sobre nosotras, no voy a decir que no se enseña nada, voy a decir que se enseña tan poco que es absolutamente, no solo insuficiente, sino que inadecuado. Es decir, dentro de nuestra presencia y nuestra acción en la sociedad, en el mundo, hay toda una serie de saberes y de conocimientos que son imprescindibles para poder vivir. Esos no se enseñan en las aulas, porque como tradicionalmente eso lo han hecho las mujeres, allá las mujeres que son las que saben y las que los transmiten de unas a otras, de madres a hijas. Este conocimiento que es el más imprescindible para vivir no lo aprendemos, no lo enseñamos, ni a las chicas ni a los chicos. Saberes que nos dan autonomía en la vida, porque saber resolvernos las necesidades vitales nos da libertad. Tener buena alimentación, por ejemplo, hace posible tener esa otra vida de profesión.
Hay una diferencia entre la igualdad de oportunidades y las oportunidades para la igualdad.
Cuando hablamos de igualdad de oportunidades, no estamos caminando hacia la posibilidad de que todas las personas lleguen a lo más que quieran. Siempre suelo poner un ejemplo. Todos los niños y niñas de nuestro entorno tienen una plaza escolar, cuando quieren empezar la escolaridad, pero a ese salón de clase llegas tú que llegas de una casa con ordenador en cada estancia, que tiene libros, donde todos los días se compra el periódico, además tus padres te han llevado a distintas ciudades. Junto a ti, voy yo, porque el Estado me facilita un pupitre como a ti, pero en mi casa no hay ordenador, no hay libros, nunca se compra un periódico. Las condiciones de igualdad son las mismas pero tú vas a captar mucho más lo que cuente la profesora que yo porque tú tienes un marco que te ayuda a entender mejor las cosas. Por eso, yo planteo que lo importante son las oportunidades para la igualdad ya que la igualdad de oportunidades, da oportunidades exactamente iguales todos y todas pero no reduce las diferencias ni las desigualdades previas. Lo que contribuiría más serían las oportunidades para que esas diferencias en los contextos, que afectan como accedemos a los mismos derechos, se reduzcan.
¿Cómo cree que podríamos lograr una mayor presencia de las mujeres en la investigación y la ciencia?
Quizás te refieres a lo que llamamos techos de cristal. Las mujeres en este momento estamos en la universidad, como alumnas, profesoras o investigadoras. Sin embargo, cuando observamos quienes alcanzan cargos académicos o quienes dirigen los grupos de investigación, las mujeres son una minoría. Hay todavía muchas dificultades para que esto cambie. Persiste una mentalidad que considera que le corresponde más a un hombre que a una mujer el coordinar, dirigir o tener puestos más importantes. Muchas veces, cuando se puede elegir, confían más en hombres que en mujeres. Son más fuertes las redes entre hombres que las redes entre mujeres, incluso cuando hay mujeres en cargos directivos. Ellos tienen más experiencia de redes, que nosotras. Claro, si llevan ahí más años, más décadas, más siglos.
Fuente: Entrevista realizada por Sharún Gonzales y publicada en PuntoEdu
Foto: Víctor Idrogo