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Casas calientes: El proyecto que busca hacerle frente a las muertes por friaje

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Arquitectura

Casas calientes: El proyecto que busca hacerle frente a las muertes por friaje

Un equipo del Departamento de Arquitectura de la PUCP han puesto en marcha este proyecto que busca reducir el número de muertes por las bajas temperaturas

Friaje

El proyecto se puso en marcha el 2014 y las pruebas piloto han resistido a sismos de cinco grados.

Orduña está ubicado sobre los 4.600 metros de altura en un inhóspito paraje altiplánico, entre los límites de Puno, Arequipa y Cusco. Su medio centenar de casitas, blancas y compactas, puede dar una apariencia engañosa al visitante. En realidad, la mayoría de sus habitantes —dedicados a la crianza de alpacas— solo pasan cuatro o cinco días del mes ahí. La mayor parte del tiempo, ellos viven en rústicas cabañas de piedra dispersas entre las frías mesetas de la provincia de Lampa, en lugares en los que la temperatura puede bajar por las noches hasta 15 grados bajo cero.

Morir de frío en estas condiciones de extrema pobreza es común. Durante las heladas —entre mayo y julio— animales y seres humanos pierden la vida, y los que más sufren son ancianos y niños. Según el Ministerio de Salud, este año las bajas temperaturas han afectado a 55 distritos de 11 departamentos del país, entre los que Puno ha sido el más golpeado.

¿Se puede hacer algo más que campañas solidarias para paliar un problema que cada año mata a niños y adultos mayores? Un equipo del Departamento de Arquitectura de la Universidad Católica, reunidos en el Centro Tierra, ha elaborado, en coordinación con el Concytec, un proyecto para convertir las precarias viviendas rurales en casas térmicas, es decir, en lugares cálidos y habitables.

El proyecto se inició el 2014 en el pueblo de Orduña, con un plan de capacitación y certificación a los moradores para la construcción de este tipo de viviendas. De esta manera, se levantó una vivienda piloto hecha a partir de materiales tradicionales —piedra, adobe y totora—, pero con técnicas desarrolladas no solo para retener el calor en paredes, puertas y ventanas, sino para convertir las estructuras en antisísmicas.

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“Lo que encontramos al llegar al pueblo fue el uso mayoritario de la piedra y el empleo de la calamina en los techos, que había reemplazado al ichu; si bien este es un material más cómodo por las noches es muy frío”, dice Martín Wieser, uno de los integrantes del Centro Tierra.

De esta manera, el equipo liderado por la arquitecta Sofía Rodríguez Larraín entró en contacto con las autoridades de Orduña y diseñó un plan de mejoramiento e intercambio de conocimientos entre especialistas y pobladores. En síntesis, se construyó una vivienda piloto que reunía tres características: era bioclimática, antisísmica y ecológica.

Según explica Silvia Onnis, otra integrante del equipo, se reforzaron los muros de adobe con un cimiento mucho más profundo. Debajo del piso se puso, además, una cama de piedras para combatir la humedad, luego una capa de adobe, y sobre ella un acabado de losetas o madera. En las paredes el cambio también fue radical. Para conseguir el aislamiento térmico se adhirió al adobe una alfombra de totora fijada con drizas (cuerdas tejidas) que tienen la particularidad de hacer las paredes antisísmicas. “Esta pared reforzada —dice Onnis—es revestida con tierra para darle un acabado y evitar así la degradación de la totora por los insectos”.

En el techo se colocó también otra capa aislante, y las contraventanas fueron forradas con lana de oveja. Si en una noche cualquiera la temperatura baja a menos 8 grados, la sensación en esta vivienda acolchada es de 10 a 15 grados. Parece poco, pero esa es la diferencia entre la vida y la muerte.

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La vivienda piloto se puso a prueba en el sismo que sacudió Lampa el 1 de diciembre del 2016. Hubo 63 familias damnificadas y las precarias casas del pueblo se vinieron abajo; en cambio, el prototipo, sujetado por drizas, con una viga de collar, y paredes forradas de totora, solo sufrió ligeros daños. El proyecto había pasado su peor examen.

Los integrantes del Centro Tierra han monitoreado la casa durante los dos últimos años y han propuesto algunas mejoras. ¿Qué falta para replicarla en otros lugares de Puno? Financiamiento. Que el Gobierno Central —a través del Ministerio de Vivienda o del Programa de Vivienda Rural— se anime a invertir en este tipo de casas calientes. “De hecho —afirma Wieser— este programa ayuda a construir prototipos similares, pero necesitamos que no los hagan en los pueblos, sino en las alturas, donde estos pastores pasan la mayor parte de sus vidas”.