Fuerza animal | Malecón de Iquitos. Son las dos frases que, a modo de título en el extremo inferior derecho y junto con los colores sepia y el delgado marco de la obra, refuerzan la idea de una postal de época de la ciudad. En este juego de marcos – el marco exterior que enmarca el marco del boulevard de Iquitos, pero, también, un marco temporal presente que enmarca el período de bonanza cauchero -, es posible preguntarse por qué es lo que se enmarca, qué se desea que sea visto, apreciado y circulado de la ciudad: la explanada amazónica y el río – en un paisaje domesticado que nos recuerdan los trazos del naturalista Otto Michael – y los símbolos de civilización y modernidad; los balaustres del malecón, los postes de alumbrado público y una escueta bandera representando a la patria. Sin embargo, el centro lo ocupa una poderosa imagen que se sale del marco, se desborda, que ya no puede ser contenida, ocultada por más tiempo: una figura femenina transgénero con alas de mariposa (en clara alusión a la transformación), yace caída y desnuda sobre en el cemento, sobre un charco negro – posiblemente del petróleo que ha hecho posible ese marco / quimera de modernidad.
Es decir, ya no pueden permanecer ocultas por más tiempo la violencia y la destrucción ambiental y social sobre las que está producido cierto emblemático paisaje urbano de Iquitos, pero, sobre todo es el cuerpo de un transexual; lo no clasificado, lo que se resiste a la oposición binaria hombre-mujer, lo que escapa al marco clasificatorio, al mariposario de los naturalistas – como lo fue el propio Michael -, al orden “natural” de las cosas y de los cuerpos.
La mujer mira, con dolor, pero de manera serena, al espectador y lo interpela. Interpela la violencia que esconde ese paisaje aparentemente calmo – de aguas serenas del río y la bandera caída sin movimiento -, que puede ser transformado por una tormenta, como lo sugiere el cielo encapotado. Y esa transformación, ese rompimiento de los marcos que encorsetan cuerpos y naturaleza, podría ser esperanzadora: a los colores sombríos – grises y sepia – del paisaje se les opone la viveza de los colores de las alas de mariposa y el pálido rosado de los labios de la mujer.