Efímero, a contracorriente. Así como en el poema “El guardián del hielo” de José Watanabe, en el que el hielo se derretirá bajo los rayos del sol a pesar de los esfuerzos de su guardián-niño que se prepara para crecer y enfrentar la vida, así es vano y a contracorriente el esfuerzo del chauchero, quien carga con esfuerzo bloques de hielo en la espalda en el calor de Belén. Es a contracorriente el esfuerzo del chauchero; esfuerzo que lo obliga a tensar las venas de sus piernas y pies y lo mantiene con la mirada absorta en el piso. No solo se derretirá el hielo, sino que, ni siquiera las miradas de la vendedora de pescado y los clientes en el mercado callejero se detendrán en él. Tal vez, el pescado terminará por pudrirse, en esa ciudad en la que todo es finalmente reclamado por la naturaleza; tal vez estos personajes permanecerán en esa suerte de submundo que bulle por debajo de los balaustres de la ciudad. A pesar de lo efímero, en una tarea casi inútil, el chauchero va a contracorriente, persiste, se rehúsa a desaparecer como personaje que habita el mundo de Belén; seguirá llevando a tiempo el hielo que preserve, aunque sea por un breve tiempo, los alimentos. En su instantaneidad, la fotografía muestra su existencia, literal, de carne y hueso. ¿Qué vendrá luego? ¿Se derretirá el hielo? ¿Desaparecerá el chauchero – como Don Segundo Sombra del paisaje de las pampas argentinas – del paisaje fluvial de Iquitos? Es una historia que la fotografía invita al observador a completar con sus propias fantasías.