Orfandad. Cinco niños lustrabotas formados en una suerte de parodia de escolta militar; tres sentados sobre sus cajas de trabajo y dos de pie en los extremos con sus cajas sobre el hombro cual fusiles de madera. Cinco niños lustrabotas bajo el sol inclemente de la mañana sobre sus rostros, solos en la amplitud de la plaza, posan – entre marciales y juguetones – ante el lente de Falconi en pantalones cortos y – al menos dos – descalzos; suerte de ironía del oficio. Cinco niños que acrecientan la sensación de orfandad al tener de fondo un monumento heroico; obelisco coronado por la estatua de una mujer / soldado guerrero con sable en alto sostenido por el brazo derecho. Imposible no sentir la punzante contradicción entre la monumentalización que glorifica a la patria y su llamado a la guerra a sus hijos ilustres y el desamparo de unos niños cuyas edades no parecen llegar a los diez años.
Pienso en orfandad en la medida que sus padres – biológicos y simbólicos – parecen estar ausentes; si uno aguza la mirada, al fondo a la derecha se verá a un niño o niña de la mano de una mujer, posiblemente su madre. Pienso en orfandad, pero no necesariamente en soledad ni miseria, o miserabilismo, en el segundo sentido que otorga el diccionario de la RAE: “2. m. Cinem., Pint. y T. lit. Tendencia a poner de relieve los aspectos más pobres de la sociedad y a considerar a la naturaleza humana prisionera de su propia miseria”. Estos niños parecen acompañarse, son una camarilla de pequeños soldados que se cuidan entre ellos mismos. En su forma de vestir hay austeridad, tal vez pobreza, pero no miseria, no visten andrajos. Todos ellos miran a la cámara; sus miradas no huyen avergonzadas del lente – como en muchas de las representaciones decimonónicas del “otro”. Casi todos los rostros muestran miradas serias, incluso adustas; se toman en serio su labor de lustrabotas; pero también – en el niño del centro – hay un rostro risueño y juguetón. En una entrevista en la que se le pregunta el porqué de su interés en fotografiar niños trabajadores, Augusto Falconi responde, “porque ese soy yo, yo he sido esos niños”. Me quedo pensando en cuál de esos niños habrá sido Falconi, qué orfandades habrá sentido, qué lazos habrá forjado.