Peep show, voyerismo. Tal vez sea por el uso del lente gran angular que distorsiona la fotografía para tornarla cóncava, redondeada; como cuando uno mira por los pequeños ojos visores de las puertas de entrada de las casas. Un lente que nos separa, pero, también, que nos permite dar una mirada – como en los espectáculos de los peep show o los viejos tutilimundi – a otro mundo, un mundo aparte, algo extraño y atemporal con un primer plano de hombres – la mayoría jóvenes – y niños en unas precarias canoas de madera amontonadas en una suerte de embarcadero. ¿De dónde vienen esas canoas? ¿Qué hay más allá de ese canal, entre la acequia y casas que se ven con las ventanas abiertas, pero sin vida? ¿A qué juega el niño del primer plano? ¿De qué conversan el hombre mayor que procura tocar el hombro del más joven? ¿De qué ríe el joven de pie junto a sus compañeros en una canoa llena de cocos? No sabemos; solo vemos seres que vienen (a la ciudad), o se van, se pierden en el río. El instante capturado, y su inmovilismo, no permite saber si estos hombres varones vienen a la ciudad o se van de ella. ¿Realmente comprendemos lo que vemos? Tal vez, nuevamente, como en los peep show, la fugaz imagen que queda en nuestra retina, solo nos ayudará a avivar nuestra fantasía, antes que permitirnos conocer el mundo de Belén.