Carne y piedra, cuerpo y ciudad, naturaleza y civilización. Siete jóvenes mujeres en fila india en el centro de la escena con sus sonrisas, labios rojos, ojos delineados, mirada decidida hacia el espectador – el ojo masculino del fotógrafo / artista – y cuerpos curvilíneos, mestizos y sensuales vestidos con ropas de salida de noche. De fondo, el perfil de una ciudad que da al río; casas ordenadas y edificios de uno y dos pisos con techos a dos aguas sobre un paisaje verde domesticado — ¿no se vería similar el perfil de una pequeña ciudad de finales del siglo XIX sobre el Rin? Siete muchachas que parecen flotar sobre el río surcado por barcos a vapor blancos, elegantes, pulcros, con hombres de traje y sombrero.
¿Desde dónde se posiciona la mirada del espectador? Desde el bosque, desde la isla / orilla frente a la ciudad. Es la mirada del ribereño, quien desde el bosque ve alzarse la ciudad, con sus signos de civilización y sus deslumbramientos. Es la mirada desde el otro lado del río, el cual media – conecta y separa al mismo tiempo – entre la naturaleza y la ciudad. Y las siete jóvenes – cual los siete pecados capitales – encarna ese “espacio fluvial”, carne y piedra, sensualidad desbordada y líneas arquitectónicas apolíneas, fierro y concreto, ensoñación, ropas de fábrica, cuerpos mestizos y tatuajes indígenas, la invitación y el peligro / pecado (¿de la ciudad?, ¿de la naturaleza?). El “espacio fluvial” es el encuentro. La ciudad de Iquitos, no se puede concebir sin el “espacio fluvial”. Si en el “carne y piedra” de Richard Sennett los cuerpos son moldeados por ciudades planificadas, en el “espacio fluvial” de Bendayán, la ciudad – el orden arquitectónico, el espacio domesticado – es habitada por cuerpos y naturaleza que se desbordan, como sus ríos.