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¿Existe una conciencia ambiental en el Perú?

Hace unas semanas Fernando Bravo, miembro de GEAS, publicó un artículo en .Edu. Reproducimos acá sus reflexiones sobre la ausencia de conciencia ambiental consolidada en el Perú. El artículo también puede encontrar aquí.

¿Existe una conciencia ambiental en el Perú?

Cuando se instituyó el Día Mundial del Medio Ambiente, en 1972, uno de sus propósitos fue motivar y sensibilizar a la opinión pública global respecto de la situación que atravesaban las condiciones ambientales del planeta, sea comprometiendo a la acción política o concitando la atención de estados y sociedades.

Tras cuarenta años de celebraciones, cabría hacer tanto algún balance global cuanto local de cómo han venido evolucionando las condiciones ambientales de continentes y países, si es que en verdad existe un auténtico interés en proteger y preservarlas, de tal modo que las siguientes generaciones reciban ecosistemas vibrantes yrecursos aprovechables.

En el Perú no se dispone aún de investigaciones empíricamente sustentadas sobre laconciencia ambiental que nos puedan proporcionar tanto certezas cuanto correlaciones entre variables ambientales, sociales, educativas o económicas. Esta ausencia no nos permite, por ejemplo, establecer hipótesis y causalidades tal como lo hizo el investigador estadounidense Riley Dunlap, quien orientó sus investigaciones a precisar las características del ambientalismo como fenómeno social y cultural en los Estados Unidos, impulsando así el desarrollo de lo que se llamó la sociología ambiental.

¿Qué sabemos entonces? ¿Qué se puede aseverar académicamente respecto de la conciencia ambiental en el Perú? En términos generales, se podría sostener que no existe en el país una opinión pública conductualmente comprometida con las causas ambientales. Las movilizaciones acaecidas al calor del avance de las industrias extractivas no son movimientos con agendas ambientalistas; son más que nada respuestas en proceso de articulación ante lo que se consideran agresiones y amenazas a los recursos naturales y medios de vida de las poblaciones que se sienten afectadas. Que en esos conflictos se vayan adoptando algunos compromisos o que la idea del objeto ambiente se consolide como un valor, como algo positivo y deseable, incluso políticamente correcto, eso no confiere a dichos movimientos un carácter ambientalista que valide la hipótesis de que está en formación una vigorosa conciencia ambiental.

Sin embargo, se percibe que, en la última década, en el Perú se han difundido ideas, sucesos, normas, iniciativas empresariales y políticas gubernamentales alrededor del objeto ambiente. Los diversos actores han internalizado en sus discursos, y algunos en sus prácticas, las consideraciones ambientales. Ahora, si bien existe un mayor conocimiento y una aparente buena disposición hacia lo que significa un mayor cuidado de nuestros paisajes, recursos naturales y ecosistemas, eso no compromete a acciones decididas y convencidas. La clásica dicotomía entre las palabras y los hechos, tan conocida entre nosotros por causa de los profesionales de la política.

Uno de los pocos datos disponibles sobre la preocupación ciudadana en torno a los problemas ambientales proviene de algunas encuestas de opinión pública. Ipsos Perú incluye en sus preguntas sobre los principales problemas del Perú, desde al menos el 2006, el ítem “Destrucción/Contaminación del medio ambiente”. En los dos primeros años este problema no recibía ninguna mención de parte de los encuestados. Es recién desde el 2008 a la fecha que la ciudadanía le confiere cifras relevantes a esta situación dentro del ranking de problemas nacionales, lo que indicaría un avance interesante. El debate sobre la creación del Ministerio del Ambiente en 2008, las recurrentes informaciones sobre los riesgos del cambio climático para el Perú, las menciones ambientalistas aparecidas al calor de los conflictos minero-energéticos, podrían haber contribuido a que la gente ahora piense que los impactos humanos en el ambiente constituyen un problema para el país, aunque a distancia de otros “más importantes”, como la delincuencia, la corrupción, las deficiencias de la educación pública o las malas condiciones laborales.

Esta debilidad informativa compromete a la academia, a la universidad, a los investigadores de las ciencias sociales, a ir más allá de las impresiones y las imágenes comúnmente aceptadas, a generar conocimiento e información relevantes, que sustenten las decisiones de política. Pero también significaría que las ciencias sociales dejan de lado los viejos paradigmas que propendían a excluir el medio físico en la explicación de los hechos sociales. No sería la primera vez que estas disciplinas experimentan algún tipo de agitación teórica, metodológica, y ahora diríamos fáctica, que las lleva a ser más creativas, permeables y productivas.

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