Salir del campus: Bases para una política de impacto social de la investigación

La ciencia se ha convertido en “un sistema autorreferencial donde la calidad solo es medida a través de parámetros bibliométricos y donde la relevancia social ha sido subvalorada”.

06/06/2017

Foto: Instituto Bartolomé de las Casas. 

Por Santiago Alfaro Rotondo
Ex jefe de la Oficina de Evaluación de la Investigación

En el 2013, un grupo de investigadores y gestores de universidades y agencias científicas de los Países Bajos organizaron una conferencia y publicaron un documento de posicionamiento sobre la situación de la ciencia contemporánea. Una de sus conclusiones fue que la ciencia se ha convertido en “un sistema autorreferencial donde la calidad solo es medida a través de parámetros bibliométricos y donde la relevancia social ha sido subvalorada”.

La misma conclusión, sumada a otros factores, ha motivado que muchas universidades europeas, australianas y, en menor medida, norteamericanas, adopten políticas de promoción y evaluación del impacto social de sus investigaciones. Aunque no haya un consenso al respecto, al menos en el Reino Unido, el país con la mayor experiencia en la materia, el concepto de impacto social suele ser definido como cualquier efecto, cambio o beneficio producido por la investigación sobre la economía, la sociedad, la política, la tecnología, la salud, el medio ambiente o la calidad de vida. 

Formular una política científica de este tipo podría ofrecerle a la PUCP dos oportunidades. La primera es la mejora de las condiciones bajo las cuáles se investiga. En todos los departamentos de la universidad existen profesores que no solo se preocupan por crear nuevo conocimiento sino también de transferirlo, incentivar su uso y/o convertirlo en una fuente de cambio social. Entre ellos están los que buscan hacer accesible la tecnología 3G a las poblaciones amazónicas, los que crean robots capaces de estimular a niños con asperger o los que facilitan la comprensión y la sanación de las heridas generadas por el conflicto armado interno. Una política de impacto social generaría incentivos para reconocer, registrar, promover y extraer lecciones de estos esfuerzos.  

La segunda oportunidad sería la de poder formular un modelo integral de política científica. En el Perú, la investigación recién viene institucionalizándose en las universidades. Ampliar el cuerpo docente con capacidades para investigar, así como incrementar el número de publicaciones y la citación que reciben, forman parte de los grandes retos de nuestra educación superior. Sin embargo, ello no debe ser motivo para descuidar el vínculo con la sociedad. Tal como lo muestra la experiencia holandesa citada al inicio, una de las grandes lecciones que deja la obsesión por las métricas y los rankings es que las universidades corren el riesgo de encapsularse en sus campus, en detrimento de las posibilidades de desarrollo de la misma ciencia y de su entorno.

Las dos oportunidades señaladas, además, afianzarían la tercera misión de la universidad: poner el conocimiento al servicio de la sociedad. En la Ceremonia de Apertura del Año Académico 2017, el R.P Gustavo Gutierrez recordó que esta no es una misión ornamental: es la que le da sentido a las instituciones de educación superior, especialmente a las que poseen un espíritu humanista y católico como la nuestra. Por eso aquella noche nos invitó a asumir las celebraciones de los 100 años como un punto de partida para construir una comunidad universitaria “en salida y diálogo con la sociedad”. Desde el campo de la investigación, una política de impacto social contribuiría a cumplir esta tarea.